En 1976 Johnny Rotten quería la anarquía. Además quería joder y destruir a los transeúntes. En 2010, cuando eso ocurre todos los viernes noche normales en el centro de cualquier ciudad, ¿no deberíamos echar un vistazo más cercano a la historia de lo que se supone que es uno de los movimientos políticos más aterradores de la historia? Alan Moore lo ha investigado.
La palabra “Anarquía” trae consigo un montón de equipaje consigo. Conjura imágenes de hombres embozados en capas y con sombreros de amplias alas anchas que sostienen bolas negras con mechas de sonido sibilante y la útil leyenda BOMBA pintada en color blanco en uno de los lados. Se ha convertido en una especie de lema permanente sobre la descomposición de la sociedad y su entrada en el caos chillón; uno de los paisajes de Hieronymus Bosch poblado de saqueadores, berserkers y gigantes calzados con barquichuelas y vestidos con cartones de huevos. En los tabloides de consumo masivo la anarquía ha sido condensada hasta convertirse en una versión ultra-violenta y demente de Spy vs. Spy [la tira de Mad], adaptada para la pantalla por Rasputin y Unabomber. Apenas les resulta una propuesta atractiva que les merezca la pena, y sin embargo, a lo largo de la historia, ha sido una causa que han abrazado nuestros pensadores más brillantes y humanos, y a la que han dedicado su vida, incluso renunciando a la misma, miles de incontables y valientes hombres y mujeres. Si Darwin llegó a ver la anarquía como la posición política más razonable durante los últimos años de su vida, ¿deberíamos descartarla como algo casual, ya sea porque nos parece un salvaje sueño Utópico o porque creemos que es el billete de entrada hacia el caos más clamoroso? Antes de tirar la anarquía a la papelera de las ideas descartadas junto con la teoría de la Tierra Plana y las hipotecas al 110%, ¿acaso no deberíamos intentar encontrar el verdadero significado de la palabra?
Como tan a menudo suele ocurrir con las palabras, son los Griegos los que definitivamente tienen una para el término, en este caso “anarchos”, que significa “sin gobernantes”. En un primer vistazo parece ser una noción que va directa al grano, aunque está repleta de ramificaciones cuya complejidad es algo que sólo se hace visible cuando se la examina más de cerca. Por ejemplo, si no hay gobernantes, todo el mundo será libre para actuar según su propio juicio en todos los asuntos que le competen, incluso en la propia forma de definir la anarquía. Como te podrás imaginar, esto ha llevado hasta una desconcertante profusión de subdivisiones, categorías y movimientos disidentes anarquistas, con puntos de vista radicalmente diferentes entre sí, por lo que no resulta insólito escuchar acepciones como: Anarco-comunistas, Anarquismo Egoista, Anarquistas Verdes o Sindicalismo Anarquista, Anarquía Post-izquierda o Feminista, Anarquía Insurrecionalista o Pacifista. Y luego tenemos Anarquía Sin Adjetivos, algo que suena completamente razonable, a pesar del hecho de que las palabras “Sin Adjetivos”, usadas aquí como frase descriptiva, interpreten en realidad todas las funciones propias de un adjetivo. Al encarar esta pasmosa maleza de diferentes cepas de la Anarquía, lo mejor será inclinarnos por retomar aquella primera y más sencilla definición: “sin gobernantes”, y ver hasta donde podemos llegar a partir de la misma.
Se podría argumentar que dicho estado de existencia sin líderes es el más natural, tanto en cuanto a especie como en cuanto a individuos. Los psicólogos infantiles nos informan que un niño recién nacido no puede decir dónde empieza y dónde acaba el Universo. El sonajero, los barrotes de la cuna y su madre puede que sean vistos como extensiones del mismo, no muy diferentes a los ondulantes brazos y piernas del bebé. Por lo tanto, cuando acabamos de salir del útero, en nuestro dominio no existe ni un sólo gobernante: nosotros somos nuestras propias deidades rosadas y arrugadas, donde todo lo que vemos, escuchamos y palpamos es el cosmos en su totalidad. Sólo es más tarde cuando, después de haber aprendido algunos rudimentarios conocimientos de la lengua, aprendemos a entender las jerarquías piramidales de autoridad y cuando conocemos el peldaño más inferior del sistema de mandatos en el que nos encontramos, rindiendo cuentas a nuestros padres, que a su vez también rinden cuentas a sus jefes y patrones, a sus policías y gobiernos. Presumiblemente los gobiernos rinden cuentas a la Reina o a Dios, o a alguien similarmente inaccesible o (probablemente) imaginario.
Aceptamos a regañadientes que ni siquiera somos átomos, sino tan sólo engranajes de una inmensa maquinaria social sobre la que ni nosotros ni ninguno de nuestros tatarabuelos hemos sido consultados durante su construcción. Y sin embargo, tan sólo por un momento, cuando estábamos en la cuna nuestra presunción natural ha sido la de que... ese juguete móvil del conejito se ha movido del modo que nosotros queríamos, que estábamos al cargo de nuestros destinos. Que estábamos al cargo de todo.
Lo mismo ocurrió cuando apareció nuestra especie, cuando vivíamos en unidades de familias tribales en nuestras chozas y cuevas gobernadas por nosotros mismos, no de una forma demasiado diferente a la de los rebaños y manadas que se encontraban separados, pero alrededor nuestro. Y si bien puede parecer que la tribu de personas o la manada de animales deberían estar dominadas por un patriarca, una matriarca, un macho alfa o un líder, ese no siempre fue el caso. Nuestras primeras investigaciones sobre el comportamiento animal se realizaron a base de carretadas de supuestos que estaban basados en nuestro propio comportamiento como seres humanos. Identificamos al líder la pandilla como al macho más grande que resuelve las disputas territoriales y selecciona a su chica entre las mujeres más dotadas, un improbable híbrido de John Wayne y Russell Brand que desde nuestra pespectiva humana hemos considerado oportuno imponer sobre las peculiaridades del comportamiento de los ciervos y de los lobos. Sólo ha sido hace poco cuando hemos empezado a aceptar que mientras el macho alfa bien podría haberse hecho cargo de todas las trifulcas, existían otros individuos que parecen haber tenido una importancia única para conseguir el bienestar del grupo. Quizá uno de ellos era un individuo que se dedicaba a buscar nuevos alimentos o tierras de pasto. Otra podría ser una anciana alrededor de la cuál el resto de los miembros de la manada o de la tribu se reunían de forma protectora al encarar un ataque. Parece que en la mayoría de las sociedades animales había varios cometidos y numerosos individuos que trabajaban cooperando para el bien común, sin necesidad de que ninguno de los componentes del grupo fuese percibido como un líder. Mientras que Charles Darwin pensaba que la ferocidad, y a veces la competición sangrienta, eran las fuerzas conductoras que guiaban la evolución, hay grandes evidencias que sugieren que la cooperación juega un papel similar (o incluso mayor) en la supervivencia del más apto, tal y como ocurre con los agradables y sexualmente enloquecidos chimpancés Bonobo, que son uno de los primates que se encuentran entre nuestros antecesores más cercanos.
Mirándolo desde esta perspectiva, quizá la anarquía no parezca algo tan poco natural como lo que nos puede sugerir el hecho de que se nos asigne una autoridad impuesta y no consensuada. Si tomamos el ejemplo de cualquier grupo normal de seres humanos, algo como una familia o un grupo de amigos, excluyendo a los miembros de los Cripps o los Blood, ¿seguimos pensando que existe una persona específica que ejerce de líder? ¿Realmente ha vuelto a existir alguna vez la figura del cabeza de familia desde la época Eduardiana? Por lo general, en cualquier acuerdo semi-funcional existe un conjunto informal de pesos y contrapesos que mantienen el equilibrio, sin necesidad de que sea regulado por una tercera parte.
Bajo mi punto de vista, dicha cooperación entre individuos que no comparten la misma opinión, dicha habilidad para admitir y respetar que otros tienen el derecho absoluto de determinar como quieren que sean sus vidas, es algo totalmente necesario para conseguir cualquier forma de anarquía, con o sin adjetivos, y de que tengamos la oportunidad de trabajar de forma realista y sin adornos. Además hace visible la aparente paradoja que se encuentra en el corazón de todo el asunto: lo que parece ser una licencia para hacer todo lo que queramos sin ninguna restricción externa, como decía la famosa consigna de Aleister Crowley “Haz lo que quieras”, algo que conlleva asumir la exigente tarea y la responsabilidad final de gobernarnos a nosotros mismos.
Definitivamente, la anarquía empieza en casa. La vida sin gobernantes como propuesta en firme implica que tenemos que imponernos nuestras propias normas, algo que no seremos capaces de lograr a menos que aceptemos y entendamos debidamente que nosotros, sólo como individuos y sólo como nosotros mismos, somos totalmente responsables de nuestras vidas y destinos. Una de las primeras cosas que trae consigo dicho entendimiento es la inquietante comprensión de que si nosotros somos nuestros propios líderes, no tendremos a nadie a quien echar la culpa y tampoco existirá ninguna excusa cuando hayamos fallado al intentar alcanzar las metas que nos habiamos propuesto. No podremos echarle la culpa de nuestras limitaciones a nuestros antecedentes, ni a nuestros padres o a la sociedad en general, porque directamente somos nosotros quienes nos hemos hecho cargo de la responsabilidad que conlleva nuestra existencia. No diremos con nostalgia que podríamos haber sido alguien especial si nuestra educación o situación financiera no nos hubiese frenado; o si no nos hubiésemos casado con ese hombre o esa mujer; o si no hubiésemos tenido esos niños en concreto. Si acabamos de decidir que nosotros somos los líderes de nuestra existencia, no podremos continuar interpretando en nuestras vidas el papel de víctima acosada e indefensa, porque somos las heroínas y héroes de la misma. Si estamos intentando ocultar nuestros defectos hay que decir que la libertad personal que supone la anarquía nos ofrece muy poca cobertura. Vivir nuestras vidas sin el amparo de una estructura social rígida y predeterminada, salir al exterior en mitad de la ventisca y sin protección, puede parecer una proposición aterradora y glacial. En realidad, muchos de nosotros solemos tomar la decisión de quedarnos en casa, soportando el tedio y las decepciones que conocemos en lugar de asumir el riesgo que supone dar un salto hacia la oscuridad. Por mucho que desemos más libertad en nuestras vidas, en nuestro corazón tenemos la sensación de que la libertad es algo que nos asusta, si no es algo que nos aterroriza.
Entonces, a la luz de todo lo anterior, ¿por qué debería alguien escoger el auto-gobierno y la anarquía? La carga de responsabilidad podría ser tan enorme, o incluso más aún, que si estuviese gobernando su propio país... porque después de todo, probablemente te importe más tu propio bienestar que lo que al gobierno le preocupa el bienestar de sus ciudadanos... por lo que, ¿cuál es la recompensa? Se podría decir que la verdadera recompensa se encuentra en la abrumadora sensación de liberación y fortalecimiento que te inunda cuando te declaras como ser humano autónomo y auto-determinado, manteniéndote desnudo bajo las estrellas, sin ningún temor en el centro de tu universo personal, mientras éste rota a tu alrededor en todo su esplendor, como ya ocurría antes de que aprendieses las reglas, o incluso antes de que aprendieses el lenguaje. Al aceptar tener en tus manos toda la responsabilidad sobre tu vida, dejarás de ser una víctima de la misma y empezarás a darte cuenta del poder que tienes sobre las circunstancias que te rodean, sin tratar de ejercer ningún poder sobre otros, sin intentar joder a nadie. Durante la vertiginosa carrera que te dará esa experiencia terminarás pensando que todo el mundo debería tener derecho a vivir de la misma forma, y es ahora, con este cambio de los códigos personales de comportamiento para llevar a cabo una política social que lo abarca todo, es ahora cuando empiezan a manifestarse los problemas más graves de la anarquía, algo que podremos ver claramente incluso al echar un breve vistazo sobre su Historia.
Las ideas anarquistas llevan entre nosotros desde la antigüedad. Las podemos encontrar en las declaraciones de los sabios Taoístas de Oriente y en las obras de filósofos griegos como Diógenes o Zeno en algunos lugares más Occidentales.
Sin embargo, el propio mundo no empezó a hablar en inglés hasta 1642, cuando las convulsiones provocadas por la Guerra Civilfueron usadas como insulto por los Monárquicos para describir a las variadas facciones que componían el Nuevo Modelo de Ejército de Cromwell. No es hasta un siglo después, durante la Revolución Francesa, cuando nos encontramos a algunos de los Enragés que se oponían al gobierno revolucionario refiriéndose a sí mismos como anarquistas y usando dicha expresión de forma positiva. Además fue en el Siglo XVIII cuando William Godwin escribió su obra “Justicia Política”, defendiendo la libertad invidividual de acuerdo al juicio individual de cada uno o una, al mismo tiempo que se permite la misma libertad a otro individuo. En 1844, el libro del filósofo Max Stirner, “El Único y su Propiedad”, sugería que los individuos eran libres de hacer lo que estuviese físicamente en su poder, sin tener en cuenta a los demás, incluso llegando al asesinato. Más tarde, las teorías de Stirner se asociarían con el movimiento llamado Anarquismo Egoísta, aunque Stirner nunca se definió como anarquista. El primer escritor que pudo hacerlo fue Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865). Proudhon propuso una forma de anarquía llamada “mutualismo”, que aunque estaba basada en la libertad de los invidividuos, supuso más un modelo para la forma en la que la Sociedad podría funcionar si estuviese gobernada por principios anarquistas, siendo libre todo el mundo de trabajar en lo que realmente quisiera. Proudhon daba por hecho que esto podía llevar a lo que él llamaba un “orden espontáneo”, una vez que la gente se diese cuenta de todos los beneficios que supondría la cooperación mutua y la organización de los pueblos o ciudades a través de comunas, en donde cada zona estaría gobernada de forma local e independiente. Pero, ¿cómo se podría hacer realidad esta condición utópica?
A finales de 1800 y principios del Siglo XX se formularon una gran variedad de respuestas diferentes a dicha pregunta. El Anarquismo Colectivista, tal y como fue definido por Mikhail Bakunin, se oponía a la propiedad privada, siendo incautadas las fábricas y las instituciones gubernamentales por medio de la revolución violenta y la colectivización. Probablemente los seguidores de Bakunin sean los que han contribuido en gran medida a la representación habitual de los anarquistas como maníacos lazadores de bombas, pero no se puede negar su inteligencia y perspicacia. Inicialmente Bakunin estaba entusiasmado con los objetivos de la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida normalmente como Primera Internacional, siendo Karl Marx el alma de la misma en la época. Las divisiones entre los dos hombres eran evidentemente obvias, debido a que, como predijo Bakunin, y como pudo verse más tarde con mucha precisión, la siguiente resolución del partido marxista sería sencillamente reemplazar a las clases dirigentes contra las que habían luchado.
Por otra parte, Peter Kropotkin, que también se oponía igualmente a la propiedad privada, sentía que ésta debería abolirse legalmente en lugar de adquirirse a través del derrocamiento sangriento, reorganizando a continuación la Sociedad en federaciones de comunas locales auto-gobernadas. Así, el debate anarquista iba y venía según aparecían otras escuelas de pensamiento o subdivisiones que constantemente se encontraban enfrentadas, y no existía algún principio unificador salvo su aversión a la autoridad. Eso sí, dicha aversión fue suficiente como para unir a los anarquistas de cada cepa en contra del fascismo que emergió en Europa entre 1920 y 1930, muy notablemente durante la Guerra Civil española, cuando las milicias anarquistas lucharon bajo la bandera negra contra los ejércitos del general Franco. Su derrota final en 1939 fue en parte por culpa de los estalinistas que estaban destinados para ayudar en la contienda, ya que en su lugar persiguieron tanto a los anarquistas como a los marxistas disidentes que conformaban una gran parte de las fuerzas rebeldes. Como también predijo Mikhail Bakunin hacía cuarenta años, más o menos la Revolución Rusa había estado funcionando antes de que Stalin se convirtiese en el nuevo Zar Rojo de la nación.
Por supuesto, las derrotas más famosas no deberían percibirse como prueba fehaciente de que la anarquía no funciona. La Cómuna de París, fundada en 1789 y mantenida bajo principios anarquistas, funcionó perfectamente hasta que fue sumprimida unos cinco años más tarde por las fuerzas armadas de la Convención Nacional a través de una brutal masacre que mató a más gente normal que los aristócratas que habían conocido su fin durante la Revolución, pero por alguna razón este hecho es uno de los que se suele hablar menos. Casi un siglo después, los hugonotes franceses, que habían establecido comunidades que se auto-abastecían y auto-gobernaban en el East End de Londres, fueron empujados a levantar una protesta contra la imposición de un paralizador impuesto que iba directamente en contra de su único medio de ingresos, para ser abatidos a continuación por las tropas armadas que habían estado acampando a la espera en los mismos famosos lugares que habían sido recorridos por Jack el Destripador: la zona de Christchurch, en Spitalfields.
Ambos ejemplos parecen indicar que la anarquía es factible y viable, pero además ilustran el hecho de que por lo general se intentará que sea eliminada de la existencia por la fuerzas de la autoridad que se oponen a ella allí donde haga su aparición. Y eso a pesar de que las teorías anarquistas hayan continuado desarrollándose y evolucionando hasta la actualidad, encontrándonos en vanguardia con teorías fascinantes como las Zonas Temporalmente Autónomas de Hakim Bey, y también a pesar de que todavía no se haya consensuado de forma clara cómo se podría llevar a cabo una sociedad anarquista trabajadora. Si somos realistas tenemos que afrontar que no podemos esperarnos que nuestros gobernantes se queden sentados y permitan una doctrina que se deshará de lo que ellos mismos han establecido, ni tampoco podemos suponer que después de unos cuántos miles de años de contar con personas que nos dicen qué es lo que tenemos que hacer, muchos de nosotros seamos capaces de manejar una alternativa. Naturalmente, una gran mayoría de personas necesitan ser educadas hasta un punto en el que sean capaces de comandar sus propias vidas sin interferir en las del resto. Al igual que también resulta cristalino que uno de los intereses de cualquier estado no es precisamente el de educar a su pueblo hasta un punto en el que puedan prescindir de él. En la actualidad Internet tiene el potencial para proporcionar los medios de llevar a cabo dicha educación, e incluso permitir la creación de moneda alternativa y sistemas de trueque como el del movimiento “Green Pound”, que por lo general suele surgir de forma intermitente en las áreas más desfavorecidas de Gran Bretaña y por medio del cuál, sobre todo las personas desempleadas, intercambian horas de trabajo como método para evitar la moneda oficial por completo. Pero incluso si pudiésemos aprovechar todas estas posibilidades de una forma aparentemente útil, ¿podría existir algún tipo de sociedad imaginable que permitiese dichas formas de auto-abastecimiento y autodeterminación, llegando a existir o a ser prácticas de una forma prolongada? Resumiendo: ¿cómo podemos llegar hasta allí desde aquí?
¿Dónde está el paso que obviamente necesitamos entre una existencia bajo el ala de gobiernos inútiles u opresivos en general y la existencia en un mundo de autodeterminación en el que la anarquía mantiene la esperanza? Incluso si pudiésemos imaginarnos dicha sociedad transicional benigna, ¿cómo podría ser la sociedad de la que cualquier anarquista querría formar parte, una sociedad que de alguna forma funcionase sin gobernantes?
Como ha sido Grecia la que nos ha ofrecido los orígenes de la palabra anarquía, lo mejor será investigar a los ancianos griegos para buscar una solución. En la ciudad-estado de Atenas el líder era elegido a través de un proceso llamado selección por sorteo, que básicamente es un tipo de gobierno a través de la lotería. En todas las decisiones que concernían al Estado se elegía a un jurado que era designado al azar entre todas las partes de la comunidad por medio de la votación o del sorteo. A continuación dicho jurado escuchaba con atención el debate informativo presentado por ambas partes de la discusión, al igual que hace un jurado actual en un caso judicial. Después se realizaba una votación sobre el tema tratado y el jurado era disuelto. Este sistema parece estar mucho más cerca de cumplir las condiciones que hay detrás de una verdadera democracia (que es lo mismo que decir el gobierno del pueblo) que la gestión llevada a cabo por nuestro actual modelo de gobierno, con un representante elegido en ciertas ocasiones. Y además, en gran medida es algo que estaría a prueba de corrupciones. Ningún grupo o corporación con intereses especiales podrían influir en el gobierno si nadie sabe quién va a gobernar hasta la próxima vez que se vayan a llevar a cabo unas elecciones. Tampoco sería muy probable que un juez votase un conjunto de privilegios especiales para un jurado, tales como la posibilidad de solicitar la devolución de los gastos que producen sus unicornios en el corral, cuando ellos mismos ya no serían miembros del jurado que pudiesen aprobar dichos beneficios. De hecho, el jurado estaría más interesado en votar a favor de las medidas que fuesen positivamente más beneficiosas para la multitud de la que volverían a formar parte inmediatamente después de la votación.
Obviamente habría que realizar enmiendas constitucionales enormes antes de abordar dicho enfoque, pero ¿tan impensables son dichas reformas constitucionales cuando las alternativas que tenemos son la inutilidad, la ineficacia, la revolución violenta o la opción de quedarnos simplemente sentados sin hacer nada mientras nuestros líderes (en su mayoría) no electos nos hacen bailar en guerras, recesiones desastrosas y la posible extinción de las especies, mientras demandan que les paguemos por servicios que nadie había solicitado?
Al eliminar de un plumazo los peores excesos y abusos que aparecen junto con el liderazgo, dicho enfoque ateniense al menos podría solucionar los problemas más difíciles que conlleva la anarquía, permitiendo una sociedad con una dirección clara y coherente que no tuviese que soportar gobernantes en ninguno de los sentidos convencionales del término. En tiempos que parecen desesperados a pesar de todos nuestros avances tecnológicos masivos, quizá debamos invitar a entrar a la anarquía desde el frío exterior y echar un vistazo cercano a aquellas ideas y posibilidades que este “coco” de negruzco sombrero nos oferta.
Teme a una bandera negra, por Alan Moore.
Artículo aparecido en Dodgem Logic nº 2 (2010).
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